Autopsia del Honda 1.5 turbo del CR‑V: qué pasa si no cambias el aceite
Un CR‑V con motor Honda 1.5 turbo (L15B) recorrió 50.000 km sin cambio de aceite: el desmontaje revela turbina destruida, lodos y cojinetes gastados. Importa.
El 1.5 turbo (L15B) de Honda que monta el CR‑V suele considerarse un motor resistente para el día a día, siempre que se cambien a tiempo el aceite y el resto de fluidos. En las primeras unidades se debatió sobre la posible dilución del aceite por combustible durante trayectos cortos y arranques en frío, de modo que respetar los intervalos de servicio aquí importa aún más. Un desmontaje mostrado en un video de I Do Cars lo deja claro: un CR‑V 2018 comprado con unos 150.000 km fue conducido aproximadamente otros 50.000 km sin un solo cambio ni relleno de aceite, hasta el punto de que apenas podía subir una cuesta. Difícil encontrar un aviso más directo de lo que se juega por ahorrarse un cambio de aceite.
Por fuera, el motor aún daba señales de vida: giraba de arranque y mantenía compresión. Pero al abrirlo, el panorama fue sombrío. El turbocompresor estaba prácticamente destrozado: la falta de lubricación y la contaminación acabaron con el conjunto de rodamientos, la rueda se comió la carcasa y el eje terminó partiéndose. Bajo la tapa de válvulas se acumulaban carbón, barniz y lodo, y los solenoides del VVT estaban cargados de virutas metálicas y una pasta marrón pegajosa. Alrededor del tren de distribución, rejillas y conductos habían atrapado residuos como si fuera el filtro de una aspiradora.
Lo peor estaba abajo. El cárter contenía un lodo denso con destellos metálicos, y los cojinetes de biela y bancada estaban gastados hasta la capa de cobre: señales de libro de un uso prolongado con un lubricante agotado que ya no protegía. El filtro de aceite parecía parcialmente deformado y obstruido, lo que sugiere que el sistema ya estaba derivando el flujo para mantener algo de circulación.
Irónicamente, ni siquiera era una pérdida total: el cigüeñal parecía recuperable con un pulido y los cilindros no mostraban rayaduras catastróficas. Aun así, el caso subraya lo evidente: la durabilidad solo se sostiene cuando también se cumplen los fundamentos del mantenimiento. Cuesta imaginar un recordatorio más contundente.