Los devotos de Ferrari a menudo buscan atajos para quedarse con ese tacto inconfundible y esa banda sonora sin entrar en el territorio de los precios de seis cifras y las cuentas opacas de los concesionarios. Esas vías han existido: en distintos momentos, motores Ferrari —o propulsores con linaje directo de la marca— han acabado bajo capós con otros emblemas. Para muchos, es la forma de rozar la experiencia correcta sin pagar el peaje completo del nombre.

Uno de los ejemplos más conocidos es el Alfa Romeo 8C, que utilizó la familia V8 F136, desarrollada conjuntamente por Ferrari y Maserati. Curiosamente, ese motor se consolidó primero en aplicaciones de Maserati antes de extenderse a varios modelos emblemáticos. A la lista se suman determinadas series del Maserati Quattroporte, donde un V8 atmosférico de Maranello convertía la berlina de lujo en algo cercano a un súper sedán por carácter, y los Maserati GranTurismo y GranCabrio, que ofrecían la emoción Ferrari en una receta de gran turismo más confortable, un equilibrio que bien logrado mantiene viva la chispa sin sacrificar usabilidad.

Lancia Thema 8.32 / noticias de automoción
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Hay historias más excéntricas. El Lancia Thema 8.32 escondía un V8 con raíces en el Ferrari 308 bajo la figura sobria de una berlina ejecutiva, lo que le daba un aire discreto y depredador. El Fiat Dino nació del pragmatismo: Ferrari necesitaba volumen de producción para homologar un V6, Fiat buscaba un halo deportivo, y el resultado fue un coche con un auténtico V6 Dino. Ese mismo V6 pasó a formar parte de la leyenda del Lancia Stratos, un icono de rally en el que la mecánica de Ferrari se cruzó con una ingeniería radical. Y el ASA 1000 GT ofreció una rara miniatura de la filosofía Ferrari: un GT compacto con un motor desarrollado según los principios de Maranello. Ninguno llevaba el escudo de Ferrari, pero cada uno capturó una porción de ese atractivo, prueba de que el carácter no siempre depende del logo del capó.